Costa y Unamuno ante la crisis del 98
Costa y Unamuno en la crisis de fin de siglo (de M. Tuñón De Lara)
Reseña de Ana Portuondo Pérez
Revista española de la opinión pública, nº 43 (1976), pp. 261-266
La primera cuestión que se nos plantea al intentar comentar este libro trata sobre la enorme abundancia de trabajos que han sido publicados sobre el tema «fin de siglo» de unos años a esta parte. Evidentemente, los sucesivos centenarios de los escritores de la llamada Generación del 98 —Unamuno nació en 1864 y Machado, el más joven, en 1875 —han contribuido a hacer proliferar los estudios sobre la problemática que rodeó a nuestros escritores, a través de libros, revistas, tesis universitarias, etcétera. Pero cabe preguntarse si el interés que despierta el tema no quiere decir que, casi un siglo después, los problemas y las contradicciones del 98 siguen aún vigentes en la sociedad española; si, después de mucho caminar, el pueblo español no se encuentra de nuevo colocado frente a una crisis ideológica, frente a una ruptura de la homogeneidad del pensamiento dominante comparable a la que se desencadenó en España tras los desastres de Cavite y Santiago.
Manuel Tuñón de Lara, profesor de Historia y Literatura Españolas en la Universidad de Pau, y experto en los siglos XIX y XX, ha alcanzado sobrado renombre entre nosotros durante los dos últimos años, tras un largo período de silencio oficial. Por supuesto, una gran parte de su obra está consagrada a la crisis que sacude España durante los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX.
En esta ocasión, Tuñón se inclina de nuevo sobre el problema, a través de dos figuras que considera representativas: Miguel de Unamuno y Joaquín Costa.
Los tres primeros capítulos de este libro están dedicados a analizar qué fue realmente la «crisis del 98». Por supuesto que ésta no estalla de repente, como un rayo en un cielo sereno; como todos los fenómenos históricos, ha sido preparada por una larga crisis larvada, que Tuñón hace partir de 1868, intento frustrado de revolución burguesa. Los largos años de la Restauración significan el mantenimiento en el Poder de la antigua clase dominante —la oligarquía—junto a sus nuevos aliados burgueses: se ha dado el nombre de «Alianza Triangular» a esta coalición entre la aristocracia terrateniente castellano-andaluza, la gran burguesía catalana y la gran burguesía vasca. En 1875 principia el llamado sistema canovista: Monarquía «constitucional», turno de partidos conservador y liberal que se reparten pacíficamente el poder, ejerciéndolo de manera más o menos idéntica, y perfeccionamiento del caciquismo que sirve para evitar cualquier sorpresa en unas elecciones «democráticas». La pequeña y media burguesía es mantenida cuidadosamente aparte del ejercicio del poder, mientras los esporádicos levantamientos obreros o campesinos son aplastados sin piedad.
Así, esta España de finales del XIX se nos aparece caracterizada por tres rasgos principales: en lo económico, su atraso con respecto a los países civilizados de Europa, donde se desarrolla velozmente el sistema capitalista; en lo político, la diferencia abismal entre la Constitución oficial —pretendidamente democrática— y la Constitución real, que se puede identificar pura y simplemente con el caciquismo; en lo ideológico, la pervivencia de una mentalidad arcaica, «aristocrática», basada en superados conceptos de honor y de gloria.
Claro que los años de la Restauración no fueron tan tranquilos como podría suponerse. Limitándonos al terreno ideológico, la Institución Libre de Enseñanza ha conquistado, bastantes años antes del 98, un buen número de cátedras universitarias, y plantea desde allí una especie de «regeneracionismo educativo»: en 1890 publica Lucas Mallada su libro «Los males de la Patria», que puede considerarse como el auténtico punto de partida del regeneracionismo; por los mismos años crea Joaquín Costa su Liga de Contribuyentes del Ribagorza; algunos jóvenes escritores —Martínez Ruiz, Blasco Ibáñez, Joaquín Dicenta, el propio Unamuno— publican a partir de 1894 artículos o trabajos corrosivos contra el orden dominante…
Pero en todo caso, 1898 significa la eclosión de aquella crisis latente, «el despertar de un sueño imperial», en palabras de Tuñón. El Tratado de París del 12 de diciembre y, sobre todo, la llegada de los barcos que repatriaban a nuestros soldados, famélicos, enfermos y harapientos— más de 50.000 españoles habían muerto en las colonias, de fiebre amarilla y otras enfermedades— revelaron ante la opinión pública la auténtica tragedia que había significado la guerra colonial; tragedia que había pretendido encubrirse bajo el oropel de las declaraciones vibrantes —«¡Hasta el último barco y la última peseta! »—y de las marchas militares.
Ahora bien, para Tuñón de Lara, la crisis del 98 no fue una crisis política, ni social, ni tan siquiera económica. Si bien es cierto que algunos sectores —la industria textil catalana, y la harinera castellana, principalmente— se resienten de la pérdida del mercado monopolizado de las colonias, esta crisis no alcanza ni al País Vasco ni a Asturias, importantísimos focos industriales. Habrá que esperar hasta 1917 para que estalle la crisis social generalizada; y, con el remiendo de la dictadura, la crisis política no se producirá hasta 1931. El 98, analiza Tuñón, es la ruptura ideológica total y definitiva —esa ruptura que ya se venía preparando desde hacía años. La pequeña burguesía liberal e incluso el naciente movimiento obrero hacen añicos el bloque que se había pretendido monolítico de la ideología dominante. y, por supuesto, esta crisis ideológica prepara las sucesivas crisis que se producirán durante el siglo XX.
Después de analizar así la problemática de fin de siglo, centro Tuñón su estudios en dos figuras de aquella época: Joaquín Costa y Miguel de Unamuno. Cabe preguntarse el porqué de esta elección, dejando al margen hombres claves del movimiento obrero —Pablo Iglesias, Jaime Vera— u otros pensadores y escritores de la época; pero realmente esta decisión nos parece muy acertada: Costa, figura clave del Regeneracionismo, personifica las ambiciones de la pequeña y media burguesía, que cree llegado su momento de tomar el poder; Unamuno, a través de sus contradicciones y vacilaciones, es la expresión intelectual de esa misma pequeña burguesía —por supuesto que hay grandes diferencias entre el pensamiento de los dos hombres, como veremos. Y en sus limitaciones se puede quizá encontrar una de las razones del fracaso de esta burguesía, que no logrará llevar a la práctica sus ideas reformistas.
Empieza Tuñón trazando un paralelismo —que él mismo reconoce algo forzado— entre las biografías de los dos hombres. Costa era 18 años mayor que Unamuno; se puede decir que pertenece a otra generación; pero ambos se encuentran en la crisis de fin de siglo, los dos se ven envueltos en la misma problemática trágica. Claro que la proyección pública de Costa, hombre político que pretende nada menos que la toma del poder, es muy otra de la del catedrático de Salamanca que de cuando en cuando publica artículos en revistas progresistas; pero desde nuestra perspectiva, tres cuartos de siglo después, los dos nos resultan igualmente significativos, como dos caras de la misma moneda.
Continúa el historiador analizando el movimiento llamado «Regeneracionismo», en sus varias vertientes: el pseudo-regeneracionismo de la oligarquía —representado por un Silvela o un Polavieja— intento de la clase dominante para mantenerse en el poder sin cambiar nada; la línea de Lucas Mallada y de Macías Picavea, y sus diferencias con las ideas costistas; analiza luego la trayectoria regeneracionista de Costa, la figura fundamental de aquel movimiento.
Otras corrientes afines son también largamente estudiadas: así el Institucionalismo de los krausistas y el llamado «regeneracionismo catalán», que presenta, según Tuñón, una diferencia fundamental con respecto al del resto de España: en Cataluña, es la expresión de una burguesía empresarial que aspira al poder, para aumentar aún más sus beneficios; aquí se pueden ver las raíces del naciente Regionalismo catalán.
Después de estudiar la postura de Unamuno con respecto al Regeneracionismo, Tuñón analiza largamente la obra clave de don Miguel durante este período: se trata de «En torno al casticismo», que comenzó a publicarse en forma de artículos en 1895. En ella, se expresan las ideas del escritor sobre el problema de España, a través de conceptos como «la casta», «lo Castizo», «la tradición verdadera y la falsa», “la intrahistoria”) … Se nos narra luego la azarosa peripecia política de Costa, desde su programa de la Cámara Agrícola del Alto Aragón —el 13 de noviembre de 1898— en que lanza su idea de un «Partido Nacional y Regenerador», la formación y el fracaso de la Unión Nacional, y por último su ponencia para la Información del Ateneo de Madrid «Oligarquía y caciquismo» —redacción definitiva de noviembre de 1902— texto fundamental para entender las ideas costistas —que no regeneracionistas.
Finaliza el libro con dos capítulos dedicados al concepto de «tradición» y al concepto de «pueblo y nación» en ambos escritores; a través de ellos se pueden analizar, una vez más, las analogías y las diferencias entre las dos figuras.